Mujer burundiana excepcional, la señora Marguerite Barankitse, titular de un doctorado honoris causa de la Universidad de Lovaina, trabaja con ardor y valentía por la paz y la reconciliación de Burundi. Dedica su vida y todos sus esfuerzos a los niños víctimas de la guerra. Marguerite –Maggie, como prefiere que la llamen– nació en 1956 en el pueblo de Nyamutobo; huérfana desde su más tierna infancia, estuvo como interna en el liceo de Bujumbura, dirigido por religiosas que le dieron una buena educación. Luego, deseosa de enseñar, recorre todos los días a pie 12 kilómetros para ir a estudiar a la Escuela Normal de Ruyigi. De 1979 a 1981, provista de su título, se dedica a la docencia. De 1981 a 1983, sigue una formación para mujeres laicas en el seno de la asociación Auxillium, en Lourdes. De vuelta a Burundi, reanuda sus labores docentes en Ruyigi, pero al negarse a aplicar la política de segregación étnica, es despedida de la función pública. Con una beca que se le otorga, sale para Suiza, siendo más adelante secretaria del obispo de Ruyigi.
Soltera, adopta a siete niños hutus y tutsis, entre ellos Chloé Ndayikunda, de etnia hutu, que había perdido a sus padres en 1972, durante la primera depuración étnica. En octubre de 1993, al degradarse cada vez más el clima político, Maggie esconde a varias decenas de hutus, tanto adultos como niños, en el obispado de Ruyigi. El domingo, 24 de octubre, por la mañana, irrumpen unos asaltantes tutsis armados de porras, machetes y piedras, y atacan el obispado. Maggie trata de interponerse pero la pegan, la atan a una silla, prenden fuego y, en el patio, asesinan ante sus ojos a 72 personas. Después de aquella matanza, a cambio de las llaves de la reserva, uno de los estudiantes de Rusengo la ayuda a escapar. Dando dinero a los asaltantes logra salvar a 25 niños hutus, sacándolos del edificio en llamas: los esconde en el cementerio y, al anochecer, solicita la ayuda de un cooperante alemán, Martin Novak, que le brinda asilo en los primeros tiempos. Sacando fuerzas insospechadas de su ira y su indignación, pero sobre todo de su fe inquebrantable en la divina Providencia y en su amor a la vida, logra poco a poco, con peligro de su vida, crear la Casa Shalom, instalándola en una escuela destartalada que le presta el obispo de Ruyigi. La situación de crisis perdura: son decenas, incluso centenares de niños que corren a refugiarse a casa de Maggie. Para alimentar a toda esa gente, va cosechando comida en las tierras de su familia. La guerra continúa, y entonces Maggie decide cultivar la tierra con los niños para seguir alimentándolos. Organiza una ayuda mutua sin distinción de etnia, de religión y de origen social: los mayores tienen que ocuparse de los pequeños.
Al principio, su obra está financiada con subvenciones alemanas, y luego, gracias a amigos a los que conoció durante su estadía en Europa, la ayuda internacional mantiene sus numerosos proyectos. Abre otros dos centros para los niños traumatizados o mutilados: el Oasis de la Paz y la Casa de la Paz. Con el fin de garantizar el futuro de estos niños que van creciendo, la Casa Shalom se desarrolla para transformarse en red de ‘pueblos’, que permiten a los niños criarse en el seno de ‘familias’ y responsabilizarse de sí mismos. Para Maggie, lo que importa ante todo es la educación de estos niños para la paz y el perdón. Hoy en día, son más de 50.000 los niños y adultos que han recibido ayuda de la Casa Shalom. En julio de 2007, se inauguró el Centro Madre e Hijo, construido por los ejércitos belga y burundés en las tierras ancestrales de la familia de Maggie legadas a la ONG Casa Shalom. Asimismo, está prevista para 2008 la apertura del hospital REMA, con 120 camas.
Maggie es a la vez la Madre Teresa y el Abbé Pierre de Burundi. “No hay nada que resista al amor”, repite sin cesar en sus viajes por todo el mundo. Y su mensaje es: “Jamás el mal tendrá la última palabra. La fe y el amor desplazan las montañas del odio.” Pregona su fe con orgullo: “La oración me mantiene en pie. El verdadero valor, lo saco de la Eucaristía”, afirma. La acción humanitaria y pacífica de Maggie ha sido premiada con numerosos galardones internacionales.